Columna del escritor Poldark Mego, autor de ‘Pandemia Z: Supervivientes’

Nací en la época en que no existía internet. Si deseabas conocer más sobre algo debías preguntarles a tus padres, a algún entendido o ir hasta la biblioteca e investigar por tu cuenta. Esto último limitaba las opciones de acercar un libro a tus manos, pues en Lima todo quedaba (y aún queda) lejos.
Generar, entonces, espacios que reunieran a los libros con sus nuevos lectores era una tarea titánica, tanto así que el canon al que podías acceder eran los títulos estipulados por el colegio donde te educabas. Tenías que llevar tu lista en un solo viaje hasta las librerías o ferias de libros donde pudieras encontrarlos, o esperar a que las editoriales llegaran al local con precios que no resultaban accesibles para todos; el formato pirata o la fotocopia era el último resquicio o el recurso más usado en su momento.
Esto cambió cuando en los noventas llegó el internet a nuestro país; por supuesto, era lento y tedioso, pero ya era algo. Esto tuvo varios efectos entre positivos y negativos. Por un lado tenías toda la información del mundo al alcance de un clic, por otra parte procrastinar derrochando precioso e invaluable tiempo también fue una consecuencia evidente. ¿El libro cómo entraba en la ecuación? Pues, podías leer en línea, se crearon nuevas plataformas para subir textos propios, se rompió barreras y prejuicios sobre qué leer y qué se consideraba literatura. Esto produjo un alto consumo de ciencia ficción, fantasía y terror; géneros que antes eran casi inaccesibles, pertenecientes a círculos proscritos o relegados a literatura de contracultura.
La web abrió la puerta a numerosos autores que habían pasado casi desapercibidos, acercó el mundo al ciudadano promedio que ahora podía leer a Bioy o a Isamov, sin tener que recurrir a intricados paseos por el Centro de Lima buscando libros empolvados, tomos rebuscados y curiosas oportunidades. Ergo, nuevas voces comenzaron a llevar sus proyectos a puertos que les permitieron entrar al mundo del libro físico, aunque este tema es para otro momento.
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Un punto, que creo que se está descuidando mucho, es una de las consecuencias de tener todo el mundo en la palma de la mano. Y es que, si bien existen programas culturales que buscan, a través de la creación de bibliotecas, diversas ferias de libro, congresos, etc. Difundir la cultura del libro y generar nuevos adeptos, estos espacios ocurren durante algunas fechas al año, son esperados como si se tratasen del estreno de una película aclamada, logran congregar cientos, miles de afanosos lectores, pero no son permanentes.
Como dije, crecí en la época anterior a internet, en la que para reunirte con tus amigos debías ir al parque a una hora pactada o tocar el timbre para ver si “salían a jugar”; era necesaria la relación directa (sin intermediarios electrónicos) para comulgar, reírse un rato, terminar con las rodillas raspadas de tanto corretear. Era necesario. Y hoy lo sigue siendo.
Cuando camino por la avenida 28 de julio por las noches o por el Campo de Marte los fines de semana, me da gusto ver grupos de jóvenes practicando diversas coreografías acompañados de parlantes bluetooth y miradas curiosas. Me pregunto si es posible hacer lo mismo con recitales, conversatorios o círculos literarios que se reúnan en espacios abiertos y convoquen a extraños y conocidos, invitándolos a participar de la expuesta tertulia; que estos eventos se hagan costumbre de cada fin de semana, que no se espere reservar un espacio privado o cerrado; que la gente regrese al parque a declamar poesía a todo pulmón, a narrar cuentos, a opinar sobre lo último que leyeron. Quizá no regresemos con las rodillas raspadas pero el corazón se hará más grande, de eso estoy seguro.
Esperar a que exista una biblioteca en cada barrio puede tardar mucho, y tal vez no tenga el impacto deseado en la sociedad; sobre todo cuando lo que vas a leer en ese libro, que te espera acumulando tiempo y ansias, lo tienes en el celular. Sin embargo, si fomentamos transmutar cada espacio público que se pueda en un punto de reunión, esto podría convertirse en una necesidad al tener que abandonar la comodidad de la cueva tecnológica para comulgar con la tribu urbana literaria de tu preferencia. Tal como se juntan a bailar, podemos juntarnos para compartir, para expresarnos de tantas otras maneras.
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