Cuando la vio por primera vez, no pudo contener las ganas de sonreír. Era un día más, un evento más del trabajo que formaba parte de la rutina laboral de Diego. Producto de la impresión al verla se le cayeron los afiches que llevaba en los brazos.
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- Te ayudo – le dijo con una sonrisa infantil
- Gracias – atinó a decir mientras recibía los afiches
Habría querido decir algo más o preguntarle su nombre, pero lo bonita que le parecía
esa chica lo habían dejado helado. No dejó de pensarla durante el día.
Les contó a sus amigos que se había quedado impresionado con una chica. Ella era
nueva en el trabajo, se lo había confirmado uno de ello. Su nombre era Luciana Cortez.
A pesar de no estar en la misma oficina, Diego tenía la esperanza de cruzársela “de
casualidad” en alguno de los pasillos. Las redes sociales se volvieron sus aliados
perfectos para saber más de ella, ahora que sabía su nombre revisaba a diarios sus
redes, porque habían pasado dos semanas desde su encuentro y no había podido
siquiera verla de lejos.
Mientras conversaba con sus compañeros en la oficina, sonó la puerta. Dio la vuelta y se acercó a abrirla. Cuando abrió, la vio parada frente a él, con su sonrisa infantil y unos lentes que le cubrían casi todo el rostro, lo que le pareció gracioso.
- Hola, vengo por los afiches para el evento de hoy – dijo Luciana
- Ahora te lo doy – respondió, mientras entraba al depósito
Diego entró al depósito y busco algo sin siquiera saber que era lo que buscaba. Cayó en
la cuenta que no había entendido lo que le había pedido y regreso a la puerta. - Disculpa, ¿qué me pediste? – dijo sintiendo mucha vergüenza
- Los afiches… para el evento de hoy – respondió mientras sonreía
Nuevamente entró al depósito y sacó los afiches que le había pedido, se los entregó
mientras escuchaba detrás de él, la risa de sus compañeros. - Quedé como un tonto – dijo mientras escuchaba a sus amigos reír sin parar.
Sus amigos no podían evitar reírse, pues efectivamente había quedado como un tonto.
Desde ese día se veían de lejos y se sonreían, se respondían el saludo y pocas veces
intercambiaban palabras.
La primera vez que coincidieron en uno de los eventos, Diego estaba feliz, aunque
nervioso. Al fin le pudo hablar bien ese día. Luciana era una chica de ojos rasgados,
cabello ondeado y sonrisa de niña. Siempre con ropa casual y unos lentes grandes.
Hablaron del trabajo, de lo feliz que ella se sentía trabajando allí; mientras él trataba de averiguar más sobre ella. Cuales eran sus aficiones, que escuchaba o si practicaba deportes. A pesar de ya saber muchas de las cosas que le gustaban pues lo había visto en sus redes sociales, aunque no se había atrevido a agregarla a su perfil. Tras una agradable conversación, intercambiaron sus números de celular. Cuando el evento había acabado, el pensó en una forma de poder seguir conversando con ella.
- No he tomado desayuno y no me gustaría ir solo – dijo Diego
- Yo tengo que regresar a mi oficina, aunque tengo hambre también – le
respondió, sin darse cuenta de la insinuación a acompañarlo a desayunar.
Se despidieron. Diego se quedó pensando y luego se dirigió a su oficina, donde volvió a
sus labores pendientes. Hasta que media hora después un mensaje hizo vibrar su
celular.
Cuando cogió el celular, casi da un brinco de alegría. Era un mensaje de Luciana. - ¿Aún vas a desayunar? – decía el mensaje
- Eso creo, aún tengo tiempo – le respondió inmediatamente.
- Yo iré a comprar algo a la tienda – le dijo
- Ya, vamos – aprovecho en decirle Diego
Diego sintió que su corazón se aceleraba. Pensó que era el momento que había estado
esperando. Un momento a solas, fuera del trabajo, sin gente que los interrumpa. Se
encontraron en la puerta del edificio y fueron a la tienda de la espalda, la cual tenía
mesas para poder comer lo que comprarían.
Escogieron lo que iban a comprar y justo cuando iban a pagar. El celular de Luciana
sonó. Era una de sus compañeras de trabajo, que le decía que regrese pues tenía que
enviar un correo de urgencia.
Pasaron varios días, en los que Diego le escribía mensajes, esperando alguna señal.
Quería saber si la atracción era mutua. Durante las veces que hablaron había muchas sonrisas. Eso lo ilusionaba. Pero no quería dar un paso en falso. Luciana le respondía, aunque no siempre de forma rápida. Eso hacía que Diego se impaciente cada vez más.
Llegó el día de la fiesta de aniversario de la empresa. Ese día se puso su mejor camisa y el blazer que se había comprado recién. Estaba dispuesto a impresionarla, tratar de bailar con ella toda la noche e invitarla a salir otro día al culminar la noche. Apenas la vio, quiso acercarse a ella. Mientras se acercaba, veía como su cabello bailaba al viento. Mientras avanzaba, iba concentrando la mirada en su risa de niña. De pronto, paró de golpe, vio que alguien sujetaba su mano. Fue como si ese instante de magia se rompiera.
Ese alguien era su novio. Mientras Diego trataba de reincorporarse, él la tomó de la
cintura y le dio un beso. Cuando se separaron, una sonrisa más grande de las que le
había visto hacer, se formó en su rostro. Nunca la había visto sonreír así.
En ese momento, todo se derrumbó dentro de él. Toda la ilusión que había generado
Luciana en él se caía en pedazos. ¿Pero cómo? ¿Cuándo? Nunca habían tocado el
tema, pero estaba seguro que ella nunca había mencionado que salía con alguien. No había visto ninguna foto o mensaje en sus redes que le hayan dado alguna pista de eso. Diego sólo quería irse, pero no lo hizo. Sólo fue al fondo del local, se sentó en una silla y apretó los dientes para no llorar.
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